Poeta, novelista, ensayista y miembro de la Academia Nacional de Letras.
Con Domingo, el escritor reflexiona sobre las pérdidas literarias, la creación y la ficción rupturista.

 
    Foto: Leonardo Mainé

 

ROSALÍA SOUZA
Domingo, 3/3/19
(Diario El País, Uruguay)

 

La casa de Rafael Courtoisie tiene las paredes en blanco y los estantes vacíos. En otra casa, sería simplemente el acto previo al revoque y la pintura, pero donde habita un poeta, hay simbolismo. Si uno mira con detenimiento, verá que la pared está plagada de cicatrices que dejaron los clavos. Hasta hace unos días estaban sosteniendo diplomas, premios y carátulas de libros. Para Courtoisie, son papeles que fue colgando, y que cuando retiraba lo llevaron por un viaje al pasado: “Pesa pensar en el paso del tiempo. Mientras los descolgaba me di cuenta de que pasaron los años, años en los que pude dedicarme a mirar la realidad con mucha poesía”.

—¿Usted está el día entero buscando simbolismos?

—Uno no puede ser siempre poeta, pero sí puede mirar y escuchar con atención poética. Yo he tenido mucha suerte, porque por rebeldía o por azar fui dejando trabajos muy buenos (de docencia, de periodismo, fui editor en la primerísima época de Posdata), pero de todos aprendí, y tuve la suerte de que pasaron los años y efectivamente pude dedicarme a mirar la realidad con mucha poesía. Desde el tránsito infernal en que ha devenido Montevideo o ciudades tan lejanas como Eilat en Israel o Sarajevo en Bosnia o Esmirna en Turquía (donde cuenta la leyenda que murió Homero). Pero hay otros momentos en los que pongo Netflix, y me divierto.

Los estantes sin libros rodean un espejo (el de la foto central de esta página), y ocupan toda la pared. Dice Courtoisie que suele estar repleto de diccionarios y enciclopedias. “A mí una biblioteca vacía, en este momento, también me hace reflexionar sobre todas esas inmensas bibliotecas virtuales que tenemos al alcance de la mano, y donde también podemos profundizar”, añade en un momento. Hablar con Courtoisie es también entender que su voz todo el tiempo manifiesta las concatenaciones de pensamientos que le surgen en un instante. Pero después retoma el hilo donde lo dejó.

En otras partes de la casa guarda los libros de poesía. Llegó a tener una biblioteca de “miles y miles”, hoy en día le quedan tres mil, porque entre lo que ha aprendido en sus 60 años, está la idea de que los libros tienen que circular. Guarda sobre todo aquello que tiene un valor sentimental más grande, como un sobre con textos de Marosa di Giorgio. La escritora mandaba columnas escritas a mano a Posdata, Courtoisie era quien las recibía y algunas conserva. Una de las columnas estaba guardada con una rosa roja, que se secó, pero antes, manchó de rojo el papel. Para un poeta, un hecho así permanece para toda la vida.

Otro souvenir preciado son algunas de las cartas que, cuando tenía unos 13 o 14 años, intercambió con Ernesto Sabato. Por aquel entonces, Courtoisie era un chiquilín tratando de discernir lo que quería hacer con su vida. Estaba la poesía, que le gustaba, lo atrapaba: “Desde niño. Mi contacto con la literatura, y con la poesía en particular, fue muy temprano, en la medida que en mi casa había una gran biblioteca. Mis padres tenían muchos libros, novelas clásicas, mucha poesía”. Pero estudiando también había aprendido a disfrutar la matemática y la química. Lo que no le cuadraba era que hubiese un divorcio tan marcado entre las “ciencias duras” y las “humanas”. No creía que hubiese “zonas de conocimientos inhumanos. La matemática es alta poesía”, recuerda.

Sabía que Sabato era, además de un físico matemático argentino, un hombre que disfrutaba de la intelectualidad. “Cuando vivía en Francia, de día estaba en el Instituto Curie. Pero de noche salía con los surrealistas, a tomar unas copas y a crear o vivir con otra intensidad. Era un gran escritor a quien yo admiraba”, sostiene. Para cuando el Courtoisie adolescente decidió escribirle, Sabato vivía en Argentina, en un lugar que se llamaba Santos Lugares. El uruguayo no sabía la dirección exacta, pero escribió “Ernesto Sabato. Santos Lugares” en el destinatario, y poco tiempo después, recibió una respuesta. Se motivó y estudió Química.

Pasó horas en laboratorios y dio clases de matemática, pero las letras terminaron pudiendo más. A los 15 años escribió su primer poemario, Contrabando de auroras, que publicó a los 18. Un libro de la adolescencia, pero que sigue queriendo. Hoy, Courtoisie es un poeta uruguayo con historia. Ha ganado premios en Cuba, España, México y Uruguay. También ha escrito ensayos, se ha destacado con novelas (La novela del cuerpo, de 2015, y El libro de la desobediencia, de 2017, son algunos ejemplos). Lo han traducido y ha traducido a otros, y desde 2013 es académico de número en la Academia Nacional de Letras, donde ocupa el Sillón Juan Zorrilla de San Martín.

De aquellas cartas de Sabato quedan algunas, muy breves. Otras, también breves, se han perdido en las mudanzas.

—Y cuando se da cuenta de que en las mudanzas va perdiendo cosas, ¿cómo se siente? 

—Había una frase de un póster de afiche (que por ser afiche no lo vamos a descartar), que decía: “No tienes nada que no puedas perder en un naufragio”. La vida no es un naufragio, es una navegación, y las mudanzas son instancias a veces duras, a veces felices, pero en las que empezás a resignificar los objetos. No perdemos todo, siempre tenemos algo: o la ropa o la mente suficientemente abierta como para entender que hay una posesión que no se arruina con el agua.

—Usted además perdió su primera novela, ¿piensa demasiado en eso?

—Era La luz y las hogueras, tuvo un segundo premio en un concurso editorial del diario El Día y Acali Editorial. Las pocas copias que tenía se las quedó la editorial, que después se fundió, cerró y se perdieron las copias antes de ser publicadas. Para escribirla, tomé a Galileo Galilei y un experimento que nunca realizó desde la Torre Pisa, y así hablar de la construcción poética y racional de la realidad, de la luz del conocimiento y de las hogueras que te pueden quemar. Ahora la recuerdo y pienso que estaba muy buena, pero mañana si aparece puede que me de un poquito de rubor.

Entonces, unos 20 años después de Contrabando de auroras, publicó la primera novela. Vida de perros (1997, reeditada en 2018 por Hum) fue de todo para Courtoisie. Fue la presión de la crítica uruguaya, que no la admitía en el género. Fue el reconocimiento de literatos internacionales que la hicieron finalista del Premio Rómulo Gallegos, y de las universidades, como Harvard, Valladolid o Granada, que la consideraban una obra “rupturista y posmoderna” de uno de los de la Generación Tardía de las letras uruguayas. Pero también fue el cariño que recibió de gente que solo la leyó por ser amante de los perros. “Hasta me regalaron cachorritos”, comenta, y recuerda a una Dálmata que al final fue el perro de la vida de su hija.

Dice que tanto disfruta el “espaldarazo emocional” como la posibilidad de que con su obra puede estar en diálogo con “las sabidurías de su tiempo. Porque el escritor está ejerciendo un arte de la palabra que no es inocente. La creación de historias es una función esencial del ser humano y los creadores debemos ser conscientes de eso. Porque además, por fuera de la ficción literaria -lo dijo Yuval Noah Harari- los homo sapiens tenemos la capacidad individual de crear ficciones que amplifican nuestra experiencia vital. Las ficciones nos pueden llevar al abismo, pero también nos han salvado, definen nuestro humanismo”.

Para entender lo que significa la poesía para un poeta, o por lo menos para Courtoisie, basta con leer la novela El libro de la desobediencia. En esas páginas, que siguen la línea desestructurada de Vida de perro, hay una oda al género. Tiene una fuerza tal que en la fantasía literaria, un poema puede “causar orgasmos o matar”. Fuera de esas páginas, Courtoisie opina que “dentro de la contingencia, dentro del no saber lo que nos pasa cada día (si el ómnibus no pasa, si llegamos tarde, si contesto o no contesto) en todo ese mundo frenético, la poesía es lo que te da cierta trascendencia”.

Y remata: “Han mutado certezas, han caído imperios y amores, pero la poesía ha permanecido, firme. La poesía sigue”.

 

 

Fuente: Domingo/Diario El País
Uruguay, 3/3/19

Miércoles 6 de Marzo de 2019
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