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Noticias 2025

Ac. Rafael Courtoisie
Miércoles 11 de junio de 2025

Ac. Rafael Courtoisie

 

 

Fragmentos de Escrito sobre la peste (2025)
de Rafael Courtoisie

 

Presentación

La peste es un punto de partida para abordar diversos aspectos de la sociedad global a inicios del tercer milenio: construcción ficcional de la identidad, poética de la enfermedad, medios masivos, realidad digital, economía, salud pública, biopoder, big data, Inteligencia Artificial y sistemas de control.

El virus es un fenómeno objetivo de la biología. La peste, en cambio, es una construcción cultural.

Esta obra indaga y analiza el fenómeno con una escritura incisiva, mediante una ensayística donde comparecen el abordaje científico, la reflexión y la razón poética.

Este libro es indagación, testimonio y ensayo apasionante sobre la realidad en tiempos convulsos.

 

 

XII

Poder y pensamiento son contiguos por oposición, vectores contrarios, encontrados en su vértice. Desde siempre, el poder regula y disciplina el pensamiento para controlar el discurso.
No hay poder sin discurso, no hay poder ayuno de algún tipo de articulación discursiva, pero para eso el ejercicio del poder debe vigilar el pensamiento, debe articular un discurso que limite esa indefinición peligrosa y ese espacio incontrolable de libertad que conlleva pensar.
La peste es, también, un discurso.
El discurso de la peste logra disminuir, controlar, encauzar, dirigir, modificar, alterar, diluir, contaminar, limitar el campo de acción, el cauce y el torrente del pensamiento.
El discurso de la peste es articulado por el poder y pensar conlleva el riesgo de descalabro de esa articulación. La producción de un otro discurso de la peste, fuera del discurso dominante proveniente del poder, es riesgosa para el poder.
El poder se dice, no se desdice.
En cambio el pensar fuera del poder implica el planteo de una contradicción, de un decir y desdecir, de la semiosis resultante de afirmar y de superar lo afirmado en una locución posterior, de modo que la cadena de afirmaciones despliegue una cadena de interpretaciones abierta.
El poder requiere hechos. Los hechos son estáticos, se fijan en el discurso del poder.
El pensar articula interpretaciones que se suceden, que no se fijan en el discurso. La cadena cognitiva de interpretaciones se aleja de la cadena axiomática de hechos formulados en el discurso del poder.
Pensar la peste fuera del discurso que articula el poder es comenzar a sanar.
El virus puede curarse por acción del sistema inmunológico. La peste comienza a disiparse con la interpretación.
La cura del virus es biológica.
La vacuna de la peste es pensar.

 

XIII

La peste escribe otra historia de las relaciones familiares en la reclusión cotidiana.

En las habitaciones donde transcurre la cuarentena, objetos y seres vivos parecen crecer y consumir el espacio disponible, aumenta el halo y la densidad de su presencia.

Los seres se interceptan y en ocasiones colisionan, las cosas ocupan más espacio, alcanzan una dimensión diferente, la atmósfera se enrarece.

La peste provoca tedio y el tedio se llena de presentimiento.

Las ciudades son campos de concentración, los edificios cárceles.

Cada habitación de cada casa comienza a ser la celda de un monasterio de clausura extendido por el planeta, un monasterio que no posee otra religión que la blasfemia, la torpe profilaxis de la peste que implica evitamiento, elusión, incerteza.

Los gestos y actitudes no son contritos sino apretados, contenidos, oblicuos. El malestar, la extrema precaución y cierta forma voluntaria de la torpeza, contaminan el tiempo.

El uso inapropiado de una cuchara, de un vaso, el cocinar sin las medidas adecuadas, pueden ser pecados mortales de convivencia. Nadie sabe quién está incubando el virus, nadie sabe si el nieto recién llegado de jugar y retozar en la plaza va a cercenar, con un beso húmedo, la salud ya precaria de la abuela.

Nadie sabe a ciencia cierta si ese marido libertino, si esa señora adúltera, contrajeron en su última cita clandestina de la semana pasada no la enfermedad venérea al uso sino los corpúsculos del virus pandémico en la saliva tibia de sus amantes ocasionales o habituales.

La peste aplica un catecismo laico, no escrito, una lista exhaustiva de pecados civiles, veniales o mortales, que habrá que expiar solo con el paso del tiempo, con la pérdida temerosa y aprensiva del tiempo en la cárcel del domicilio. De nada vale la confesión o el arrepentimiento. El crimen desconocido, ubicuo, grupal, produce el castigo de la espera. La cárcel de la cuarentena se aplica a todos, la prisión domiciliaria es el precio que se paga por mantener la salud del colectivo y por cumplir con el mandato social internalizado.

La compañía obligada o la soledad obligada son formas de la condena omnipresente de la peste.

De una u otra forma, como en Sartre, el infierno son los otros.

 

XIV

La peste no es el caos, ni la anarquía, es lo contrario: una especie de orden férreo y constante, ceñido a cada individuo y a cada grupo de individuos, a cada comunidad, no importa su radicación geográfica o su inserción en esta o en aquella tradición cultural, independientemente del relato identitario y de la etnia, del grado de desarrollo y del sistema de creencias. Un orden avieso, estricto, culpabilizante, monodireccional, totalitario, supra nacional, global y omnipresente se verifica en la peste.
El orden de la peste regula e incide en la dimensión pública del espacio, en todo lugar donde pueda darse aglomeración, reunión, encuentro o cruce de gentes. Plazas, calles, estadios, cines, teatros, salas de concierto, bares, templos, mercados, edificios de oficinas, recintos funerarios y hasta cementerios. La señal inequívoca del orden de la peste es particularmente clara en los sepelios: la agrupación de deudos y la exposición flagrante del espectáculo de la muerte refuerzan la égida invisible pero vehemente sobre muertos y vivos. Y ese orden ansioso y despavorido, ese orden de apariencia errática, ese orden oximorónico, arduo en su supuesta contradicción intrínseca, se extiende a los medios de transporte colectivo, autobuses, trenes, aviones.
El espacio de lo privado también es objeto del orden superior y riguroso de la peste. La peste invade y sujeta las superficies y quehaceres del espacio privado: las casas se vuelven cárceles, las salas celdas de una congregación familiar sin religión, sin otro propósito que sobrevivir, cumplir con las normas, salvaguardarse. Y en tercer término, pero no último, la peste invade el espacio de lo íntimo y allí se detiene minuciosa, los baños son zonas de particular predilección, las alcobas se vuelven nichos donde la sexualidad y la sensualidad han cedido terreno al cuidado, al control del tacto, a la inquisición de todos los fluidos, pues ninguno está exonerado del contagio.
Y es finalmente el espacio virtual de las comunicaciones informáticas, público, privado o íntimo, el que se ve saturado por la peste, por el tema de la peste, por la obsesión de la peste que lo torna así en un efectivo dispositivo de vigilancia y orden.
La peste como tema parasita casi cualquier conversación, toda comunicación humana pasa al menos por un momento por su referencia o alusión.
La peste es una disminución inmensa de la libertad individual y grupal, es un artefacto de control, una regulación insidiosa y persistente de todos los actos de la vida humana.
La iglesia católica diseñó, entre otros artificios, el sacramento de la confesión para lograr un dispositivo superestructural, de índole relacional que lograba, como una sonda inmaterial asaz eficiente, introducirse en los recovecos de la conciencia individual, en los meandros del deber y la culpa, en el registro mental de los actos que cada individuo hace en forma consciente o inconsciente, lograba regular la conducta y el remordimiento, controlar desde dentro las acciones, modificar la voluntad, moldear la decisión en función de una preceptiva externa.
La peste no necesita el dispositivo, el artificio de la confesión ni el lugar en penumbras del confesionario. La peste coloniza todo artefacto material o inmaterial humano, lo emplea para la práctica de su orden y para su expansión desmedida, la peste ocupa el espacio público, privado e íntimo y todas las manifestaciones del espacio virtual.
A diferencia de las pestes de la antigüedad esta tiene a su servicio una compleja y casi instantánea red tecnológica. Antes la peste viajaba a paso de caballo, o de carreta. Ahora la peste adquirió la velocidad de un Boeing primero y la velocidad de la luz después: los mensajes digitales le brindan una condición prácticamente instantánea, las pantallas gigantes exhiben el detalle microscópico del virus en que se apoya y a la vez la dimensión monstruosa de su presencia simbólica, los móviles replican consejos, protocolos, imágenes, habladurías y memes atinentes a su majestad, la peste.
Sin sagradas escrituras, sin Biblia ni Manifiesto, un fantasma recorre el mundo.

 

XV

La peste disciplina la multitud, marca una deriva desde la muchedumbre al rebaño. La peste amansa, domestica: todo es domus, el globo terráqueo es domus, el planeta entero se vuelve el domicilio, la casa de la peste.
Los desiertos, las selvas y los mares se hacen accidentes domésticos de la geografía, extensiones amaestradas por la peste. La peste expresa su señorío. Nadie escapa a su dominio.
Nada transcurre y todo le pertenece.
La voluntad humana es ahora su instrumento, una herramienta en manos de una entidad superior.
Todo deja de ser primitivo o antiguo y se actualiza, se resignifica, nada tiene una historia particular o atendible, solo el presente cobra peso.
La peste es presente puro, saturación, exceso de presente e inminencia. Todo ocurre y a la vez está por pasar en el instante siguiente. Todo está de algún modo suspendido. De ahí la ansiedad descomunal que produce el fenómeno, la ingobernabilidad, la imprevisibilidad, el pasmo. La condición azarosa divorcia causas y efectos porque todo es víspera de sí mismo. Todo es ahora.
Pasado remoto y futuro pierden sustancia conceptual.
La peste se prolonga y se sostiene en un punto fijo del tiempo.

 

XVI

La peste no puede abolir el futuro, pero lo enmascara, lo vuelve presente continuo. Habrá un mañana, sí, pero no puede anticiparse, no puede imaginarse hoy. La peste exige y consume todo el tiempo del tejido social.
Las comunidades se construyen con relatos, y narrar significa diseñar una historia y desplegarla en un tiempo ficcional. Narrar es construir un tiempo y referirlo mediante el empleo de la función denotativa del lenguaje. Los formalistas rusos echaron las bases de la narratología delimitando los conceptos de fábula y trama. Para explicarlo con relativa sencillez y cierta reducción didáctica: la fábula corresponde al núcleo de la historia, a aquello que se cuenta, la fábula corresponde aproximadamente a lo que se entiende como anécdota, es la materia básica de los hechos que se cuentan, es una relación sucinta y en orden cronológico, en orden sucesivo. La trama es la disposición de la narración en el tiempo ficcional, y la estructura que se le da a ese relato, una estructura temporal. La misma historia puede comenzar a contarse por el final, y hacer una retrospectiva, una ida atrás en el tiempo, una analepsis. O puede contarse adelantando elementos, yendo hacia adelante en el tiempo, llevando a cabo una o más prolepsis. La trama puede ser disruptiva en términos temporales, pueden desplegarse en varios niveles temporales, puede haber aceleración o enlentecimiento, ralentización de la escala temporal.
Pero el relato de la peste concentra la fábula, la anécdota, en un solo punto factual: la peste.
Es una denotación concreta, de vocación absoluta, exige en el relato social una función referencial que aluda una y otra vez a un solo punto, a sus caracteres accidentales, a su mismidad, a su esencia: el relato de la peste es la peste.
El tiempo, en el relato de la peste, no avanza ni retrocede. La fábula concentra entonces ese sustantivo, ese concepto, ese ente. La trama del relato social simula bajo el mandato del flagelo variaciones accidentales, minucias, pero en realidad no se despliega en el eje cartesiano de las abscisas, sino que se contrae, se enrolla, da vueltas sobre sí misma.
Aquí y allá aparecen cientos de miles de novedades, de noticias, comunicaciones, consejos y protocolos sobre el virus, pero son variaciones solo aparentes de un tema fijo, monocorde, invariable: siempre se está hablando de lo mismo. Lo que ocupa la boca que articula el discurso social es una sola instancia del relato: la peste.
Las sociedades humanas requieren el relato para continuar, para concebir el futuro, para desarrollar acciones, para vivir y proyectarse. El virus enferma y en el peor de los casos mata individuos particulares, contamina y disminuye a este o a aquel individuo. Pueden ser miles, o aun decenas de miles, sí, pero es un número finito, acotado. La peste en cambio afecta a todo el tejido, a una de las cada unidades del tejido, esté enferma del virus o no. La peste abarca a todos los miembros del tejido social, sin excepciones. Nadie se libra del discurso envolvente de la peste, la peste contamina y enferma al tejido humano impidiéndole la prosecución de los relatos colectivos. La peste, cancerosa, invade el espacio narrativo con el yo monótono y abisal de su relato, un relato que no avanza en el tiempo, un relato que disminuye el alcance del tiempo ficcional del relato social a un solo personaje, a un solo referente, a una sola cosa cuyo glóbulo orgánico indiferenciado todo lo traga.
Las ilusiones públicas y privadas, los proyectos, los enfrentamientos de modelos, de grupos, hasta las «otras» catástrofes contempladas antes por los relatos distópicos, son subsumidas en el seno de esta madre de todos que a todos engulle y arroba en su seno.
El calentamiento global, la distopia de los cyborgs, el animalismo vegano, la izquierda y la derecha, el arriba y el abajo, colapsan en una sola dirección, en un centro.
La peste es centrípeta, autorreferente, metaboliza todos los elementos del relato social, produce una contracción del tiempo y un enmascaramiento del futuro.
La peste es sincrónica.
Mientras que las culturas de tradición mesiánica, el liberalismo, las corrientes socialistas o comunistas de la lucha de clases, el catastrofismo, el progresismo, el exitismo tecnológico, son diacrónicos, precisan un tiempo que fluya, un tiempo que se proyecte desde atrás hacia adelante, una evolución y una cadena de relaciones causales, la peste propicia un corte epocal nítido, produce un tajo absoluto en la línea del tiempo, y esa tajo, esa herida social vierte el torrente de la hemorragia sobre sí mismo, en el aquí y ahora de la peste.
Es una dictadura del hoy, una vuelta sobre sí y un conato de neutralización total del pensamiento.
Se deja de pensar, se deja todo para hoy, nada para mañana.
La vida humana entendida en el colectivo social que implican las generaciones es eminentemente diacrónica.
La peste es una sincronía.
Una inmensa orquesta sinfónica que ejecuta un acorde, una nota.

 

 

*(Uruguay, 1958). Narrador, traductor, poeta y profesor universitario. Miembro de la Academia Nacional de Letras (Uruguay). Integra el International Writing Program (Iowa University), fue profesor visitante en universidades de Europa, Estados Unidos de América y América Latina. Ha recibido el Premio Loewe, Blas de Otero, Casa de América, Gil de Biedma, Jaime Sabines, Premio Internacional Lezama Lima, el Premio de la Crítica (Uruguay), Premio Nacional (Uruguay). Ha publicado en poesía Antología invisibleLa palabra desnudaManual de poesía para resolver problemas domésticos (2024), entre varios otros; y en narrativa Vida de Perro (1997), Tajos (1999), Caras extrañas (2001) y Santo Remedio (2006).

 

Fuente: Vallejoandcompany.com

 

Ac. Rafael Courtoisie

 
Ministerio de Educación y Cultura